jueves, 3 de septiembre de 2015
Bengalas.
Todo brilla. Es fluorescente. Como tú.
Menos tú.
Se iluminan las calles.
De mentiras.
De soledad.
De plastilina moldeable pintada de color rojo y música a 20 kilómetros por suspiros.
De charcos de juguetes rotos y de notas en otro compás. En el compás equivocado.
De notas. O de copas (vacías).
De juegos de niños y de adultos. De niños que quieren ser adultos o de adultos que darían tres vidas por ser niños.
De alas y tijeras y ya no sabes quien.
De ti y de mí, bailando por las esquinas, esquivando las sonrisas y creyendo que no nos queremos. Mientras, huimos de las luces, no vaya a ser que nos vayan a revelar. O rebelar. ¿Quien sabe?
A lo mejor no estamos tan hechos de pesadillas como creemos y solo son sueños amargos. A lo mejor no necesitamos atrapasueños, sino atrapaamores.
Y entre lima de uñas y purpurina, seguimos bailando. Danzando. Corriendo mar abajo y no calle. Porque ya no existen las calles. Solo el mar rompiéndose contra las rocas y chocando en su propia cárcel.
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